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Es ¡Ave, César!

  • Emiliano Mora Barajas
  • 9 may 2016
  • 2 Min. de lectura



Al Tribuno Autólico Antonino lo despierta el ruido de la aspiradora. Abre sus ojos en una silla plegable de playa y acude a revisar quién lo disturbia. Es una señora gorda que sin la menor conciencia de la jerarquía roma comienza a darle órdenes. Es ¡Ave, César! (2016) de los Cohen. Hoy Hollywood no tiene pudor. Nos deja boquiabiertos enseñando los senos de la actriz más deseada, como llevándonos de visita a las ciudades más fantásticas. Dicen que se acabó el talento, que todo lo puede la computadora, la herrería del deforme Hefestos, cosa tonta porque los productores, los científicos, los diseñadores, los programadores y demás tecnócratas también tienen talento. Lo cierto es que la producción fílmica de los cincuentas utilizaba otros recursos para entretener. Y uno de ellos, probablemente el más importante, era el de mantener la reputación de los actores impoluta frente al público. Edie Mannix, el protagonista de la película es el encargado de realizar esta función para la famosa productora Capitol. Mannix es uno de esos moralistas pero tan moralistas, que deja en ridícula a la misma Iglesia. Se la pasa confesándose porque no puede dejar de fumar uno o dos cigarrillos al día. Para que las películas en aquellos días, funcionaran también había que recurrir a la acrobacia, al baile, al canto y a los trucos de escenario. Los escritores eran el recurso más sobrevalorado, porque de ellos dependía que el espectador fuera atrapado por la trama y para las compañías por tanto, no había posibilidad de permitirles que pensaran libremente, así que el único recurso para tenerlos como aliados era exacerbar los temores hacia el comunismo. Es decir, crear otra gran ficción llamada Guerra Fría que hoy a nosotros los devoradores de información se nos presenta bastante ridícula.

 
 
 

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