Sunú
- Emiliano Mora Barajas
- 8 may 2016
- 2 Min. de lectura

Para Dios es el primer maíz que sale de la cosecha. Porque el maíz es de todos los colores, como el hombre. Y el hombre es de Dios, sino no podría ser de tantos colores y formas. Como las yuntas tan diferentes entre sí. Unas de madera, otras de metal, pero siempre todas con formas tan orgánicas. Son una rama más del grandioso árbol de la agricultura. Con ellas, el sembrador –sustantivo tan bello– vuelve la desordenada tierra una hoja de cálculo. Y “Tal vez, si hay lluvia este año”. Y “Tal vez, si hay suficiente humedad”. Y “Si no se seca mucho la tierra”. Y “Si no caen heladas”. Tal vez, la suma sea positiva para el hombre, para el hambre. Sino no importa, la tierra es bondadosa, el hombre puede rascar una raíz y saciar la panza. Pero no olviden, ustedes, o sí, ustedes, que lo que sí no se puede es rascar el pavimento para saciar la panza. Porque esos gigantes de hierro, llamados tractores, esos monstruos sin rostro, no funcionan sin combustible. Y si no hay dinero en los bolsillos, no hay combustible. Pero quedan los caballos, bien peinados de raya en medio, muy guapos, como dispuestos a ir a misa de domingo, que se acercan a su hermano hombre y lo consuelan a base de lamidas saladas para fecundar con yunta y sudor la tierra. La coa golpea y de la mano baja la semilla a la tierra para ya sólo sonreir al cielo. Pues las semillas son Vírgenes y no le pertenecen a nadie, pero eso es una lección difícil de entender, sobretodo para aquellos que quieren ser hasta dueños del aire. Sunú (2016) de Teresa Camou Guerrero es “Puro sembrando maíz”.
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