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Tendenci@

  • Cèsar I. Oliveros
  • 15 ene 2016
  • 2 Min. de lectura


Anoche leía una nota acerca del dinero que reciben algunas personas por sacarse “selfies” con determinada ropa, o por tener más de un millón de seguidores en alguna red social; Poniendo cara de idiota, sudado en el gimnasio, enseñando su nuevo tatuaje o su vientre plano. Incluso todo a la vez. Les llaman “influencers” y en algunas empresas se lo toman muy en serio, al grado de hacer estudios de mercado que indiquen quienes son los nuevos modelos a seguir por la juventud y por los aspirantes a seguir siendo jóvenes.


¿Quiénes son los modelos a seguir? ¿A quienes queremos parecernos? Tal vez si hablo y visto como un intelectual sea un intelectual, puede ser que si nos drogamos un poco más, seremos como aquel artista que murió en un callejón con los brazos pinchados, o sí bebemos compulsivamente y peleamos de vez en cuando en los bares podremos escribir un puñado de poemas buenos; y los hombres se comportan como hombres para serlo, y las mujeres deben esforzarse por ser mujeres. La imitación y moda va más allá de la estética. ¿Qué tan cierto es lo que nos gusta? ¿Hasta qué punto nosotros decidimos qué ropa usar? Está claro que somos seres con voluntad. Bueno más o menos claro. Pero qué pasa cuando la identidad se basa en comportarse igual a los otros. Qué pasa cuando más que identidad se trata de una aspiración. El sentido de pertenencia puede aliviar la angustia inherente al hecho de ser libre de escoger, libre de decidir. Pero si no es así. Si al contrario la angustia crece y nos abisma. Si la verdad apunta a que somos lo que aspiramos, negando lo que realmente somos ¿Qué nos queda?


Kendall Jenner y su cabello formando corazones, las flores que Kanye West le regaló a Taylor Swift y la graduación de Kylie Jenner: son fotos con millones de “likes”. Sobra decir que el porcentaje de seguidores o fanáticos que llevan una vida similar a la de estos famosos es nimio. Pero al tener acceso a la aparente vida privada de las personas que admiramos nos basta para acariciar o arañar un poco de ellos. Terminamos por despreciar nuestras insignificantes vidas para concentrarnos en las de los “iluminados”. Recuerdo que en la película de Greenaway “El niño de Macon” el pueblo mata y destaza al niño que considera milagroso y sagrado, con tal de tener un poco de él. Los ídolos se adoran pero también hay un deseo de destruirlos. Por eso las tragedias a veces son más rentables que las dichas.

El miedo al anonimato, la negación, las ansias de aceptación y la imitación, pensaríamos que son síntomas de la adolescencia pero con el tiempo sabemos que se puede extender mucho esta etapa. Sigamos viviendo y esperemos las siguientes tendenci@s que marcarán los “bloggers”, “youtubers”, el mercado; la religión, la política, los líderes de opinión, las nuevas bandas y Dj´s. Necesitamos que nuestros padres y madres sustitutos nos digan cómo vivir, qué comer, qué vestir, qué leer y escuchar, cómo hablar y cómo hemos de morir.


FOTO:DE LA SERIE RICAS Y FAMOSAS de Daniela Rossell

 
 
 

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